Alergia III: “Los pasteles”

Todos, y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, hemos mirado algo con deseo, con ansia, con ese no sé yo que te entra por dentro y piensas instantáneamente, “¡Eso es pa mí!”
En mi caso, cuando esto ocurre, siempre está relacionado con cosas sencillas, cosas al alcance de todos y que no conllevan ninguna dificultad especial para el resto del mundo, pero sí para la “MariNu”
Un ejemplo puede ser comprar pasteles. Me encanta ir a una pastelería y poder elegir… “De este uno, del que está al lado del blanco otro, uy ese con virutas de chocolate que mono, que sean dos”. Es algo, que aunque insignificante, me hace sentir “del montón” y no hay cosa que me fascine más, sí señor, ¡Yo quiero ser del montón!

Lo malo de esto es que nunca los pruebo por miedo a que algún ingrediente se ponga tozudo y quiera que pasemos un ratico en urgencias. Se ve pero no se toca.

El problema es si una pastelería se interpone en mi camino. Intento hacerme la despistada, tarareo cualquier canción por lo bajini a ver si me distraigo, me autoanimo “No mires, no entres en sus provocaciones”… pero al final ¿dónde termino?, de morros en la pastelería. Definitivamente, ¡Soy una flojucha!

Si voy acompañada tengo una técnica que me suele funcionar casi siempre para probarlos, sin comerlos. En primer lugar, evitar por todos los medios que mi acompañante, que normalmente sabe lo que va a ocurrir, huya. En segundo lugar hay que convencerle de que por muy lleno que este o la hora que sea, le va a sentar genial. Una vez dentro, ayudarle amablemente en su selección con frases como “El de chocolate es el mejor con diferencia”, “Que buena pinta tiene ese con chocolate”, “Me han dicho que aquí trabajan el chocolate de maravilla”…, ojo con esto, nada de presionar, solo guiarle afectuosamente hacia el que más le gusta porque la variedad le tiene desorientado. Y por último, cuando definitivamente ya lo tenga en su mano y no pueda echarse atrás, intentar que te deje olerlo por eso de hacerse uno mismo su propia idea valiéndose del olfato y comenzar con el interrogatorio sobre sabor, textura, si esta relleno, si eso rojo se come…

Y si voy sola… A fecha de hoy, el entrar ha quedado suspendido por el aumento descontrolado del colesterol en mi marido. Aún no es posible facilitar nueva fecha de reanudación de la actividad…

¿Habrá pastelitos bajos en colesterol?

Opción “B”, activar mi particular sonar arrimando bien la cabeza al escaparate, e intentar detectar dónde están escondidos los pastelillos de chocolate que me vuelven loca.

Y es aquí, en este mundo del dulce, donde se encuentra uno de mis ángeles de la guardia, mi querida Ana.
Ya conocía la pastelería, no solo por su reputado nombre, si no por todas las horas que me he pasado babeando en el escaparate. Su peculiaridad, que desde el escaparate se pueden ver algunas de sus obras de arte. Brazos gitanos, tartas de yema, diferentes mousse… un auténtico delirio.
Un día de tantos, paseando con mi gran amigo Renato, pase por la puerta con la gran suerte de que estaba abierta. El olor que emanaba de dentro era tan delicioso, tan espectacular, tan exquisito que no me pude resistir a poner un pie dentro de la zona de conflicto arrastrando al pobre Renato que rezaba para que los pastelitos no fuesen muy grandes.

Ana se dirigió a nosotros con amabilidad y preguntó si deseábamos algo. Automáticamente mi yo más interno preparo la contestación que le habría encantado dar “¡Si, Claro que sí! Una silla, (si no hay, sin problemas culo al suelo), bandejas y bandejas de todo eso que huele tan bien y los medicamentos necesarios, adrenalina incluida, para combatir los efectos de una alergia,… porque me van a hacer falta”
Mientras yo me encontraba en mi mundo de desenfreno pastelero, Renato comenzó a dar las primeras explicaciones con intención por una parte, de darme tiempo para recuperar mi cordura, y por otra, poder conseguir que algún día fuese yo la que probase una de esas tartas que tanto admiraba. Ese día estaba mucho más cerca de lo que jamás hubiese sospechado.
Renato y Ana, sin decirme nada, decidieron juntarse más días… “Cuidado, no puede tener soja”, “¿Le podemos añadir vainilla?”, “Si quitamos la esencia y se añade ralladura de limón también está muy rico”…
Al igual que hizo “Gepeto”, fueron dando forma a su creación poco a poco, tenazmente, con paciencia y mucho esfuerzo, resultando de esta mezcla mi particular “Pinocho”.
Una persona casi desconocida y mi mejor amigo, me regalaron un trocito de cielo, mi primera tarta de pastelería, para mí la tarta más espectacular y más rica del mundo. Hojaldre, nata, crema y yema tostada… y lo más importante, como siempre había soñado, a mi gente disfrutándola conmigo. ¿Quién dijo que los sueños no se hacen realidad?

Nuria Bernad

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Eduardo Lauzurica. Dermatólogo

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