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Alergia IV : «La ropa»

¡Qué bueno fue tener cerca a esa persona especial que me aporto tanto, mi Bane, mi querida prima Bane, todo corazón!
Desde bien pequeña era un auténtico vendaval de aire fresco que conseguía llevarme siempre al mundo de la aventura, del todo es posible. Ella solita, lograba que mis fantasmas se hiciesen invisibles por completo y sin ser consciente de ello, me hacía uno de los mejores regalos, el saber ver la botella medio llena. ¡No cambies nunca!

Aun así, siempre tenemos alguna botella que nos quiere hacer la puñeta. Yo, no podía ser menos.
¿Dónde se ha visto que una niña lleve dobladillos en la muda interior? Pues ea, la que escribe se hartó de llevarlos. Todas mis amigas llevaban dibujitos, lazos, colores, y yo… ¡Dobladillos! Ni un ejército experimentado de miles de “Banes” hubiese logrado que no viese el desierto del Sahara en esa botella.

Mira que había modelos y modelos de mudas, pues oye, en ocasiones se originaba dentro de mí un cortocircuito y mi trasero se convertía en un genuino brasero. Los habones se unían en mi contra y me producían tal sensación de picor y escozor que apoyar mis posaderas sobre unas ortigas me hubiera parecido un juego de niños.
Algunas veces, que si la composición, otras, que si la goma, alguna más, que si para que estén tan blancas le echan no sé qué, qué si tal, qué si cual…. lo dicho, mi trasero una estufa a pleno rendimiento.
Pero sin duda, fue peor el remedio que la enfermedad. ¿Quién le contó a mi madre que vendían unas mudas especiales? A ver ¿Quién? ¡Que sea valiente y de un paso al frente!
Cuando vi aquello, ¡tierra trágame! De ese color marrón-caqui, de un tamaño XXXXL (seguro que me dejo alguna X). ¡Pero si en el hueco de una pierna me entraban las dos!
Estaba claro que aunque la talla era la más pequeña posible, no estaban pensadas para niñas tan pequeñas, así que no quedaba otra que ir haciendo dobladillos para ajustarlas a mi medida. El resultado, una especie de pantalón-braga tipo Cantinflas lleno de supositorios gigantes. ¡Indescriptible!
Eso sí, siempre fueron muy eficientes. Lo que me hubiese faltado, después de todo el agobio tener que ir al hospital con esas pintas.

Intentando arreglar el problemilla de mis singulares mudas, llego el “Día D”, el gran día del levantamiento contra las bragas horripilantes. Siempre iguales, sin adornos, sin perifollos que las hiciesen un poco más atractivas, no quedaba otra, se iban a enterar.
Taco de papeles cuadriculados para no salirme, rotuladores, y pegamento. ¿Dónde estaba el pegamento? Lo busqué por toda la casa, pero ninguna señal de él.
Había solución, engrudo. Un poquito de agua, harina y sal (sí sal, que nadie me pregunte por qué, pero eche un poquito de sal) y ¡alehop!, pegamento finiquitado.
Empecé a dibujar en el papel lazos y lazos como una loca. Realmente, no necesitaba tantos, pero por si alguno se rompía había que tener repuesto. Luego a pintarlos, todos rosas, no se libró ni uno, absolutamente todos color rosa.
Abrí el cajón de las mudas, y allí estaban. Todas iguales, sin color, tan ordenadas… pedían un cambio a gritos. Agarré una, la puse sobre la cama, un poquito de engrudo en uno de los lazos de reciente creación primavera-verano y sin pensarlo dos veces lo pegue en el centro de la muda.
Así fueron pasando una tras otra, algunas con dos lazos, otras uno aquí otro allí… ¡Karl Lagerfeld un principiante a mi lado!
Cierto es, que si se movían lo más mínimo, el lazo se desmoronaba dejando a la vista un “mondonguillo” de engrudo, pero bueno, nada importante, era algo subsanable para la siguiente colección, solo había que mejorar el proceso de pegado.

¡Trabajo terminado! Únicamente quedaba darle la gran sorpresa a mi madre, le iba a encantar.
Hice que se tapara los ojos para que no pudiese ver nada, le ayude a entrar en la habitación y “Tachan… ¡Sorpresa!” Mi carrera de diseñadora empezó y terminó en ese mismo instante.

Al día siguiente, bastante triste, fui a vestirme para ir al cole. Como era habitual, encima de toda la ropa, mi madre me había preparado la muda. Ya no quedaba la más mínima huella del engrudo y seguía teniendo la misma apariencia mustia. Al cogerla vi en la parte delantera central algo diferente que me llamo la atención… ¡Era un pequeño lazo rosa hecho a mano por ella y cosido a la muda con hilo verde!
Es asombroso como puedes demostrarle a alguien lo importante y especial que es para ti, sin utilizar una sola palabra.

Nuria Bernad

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Eduardo Lauzurica. Dermatólogo

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