Nunca había tenido problema alguno en la piel, por lo menos de la suficiente importancia para descolgar el teléfono y marcar aquella colección de números, linea directa a un dermatólogo desconocido de su cuadro médico.
Aquello, que había salido en las manos hacía tan solo dos meses, empezaba a resultarle insoportable y le estaba amargando la existencia.
En un comienzo no pensó que la cosa durase más de lo que dura una gripe fuerte, y se equivocó. Hasta la tarea manual más simple se convertía en un calvario, no digamos cortar cualquier verdura o fruta. El jugo que en la boca era sabroso, en las fisuras que cruzaban esas manos, más parecía un ácido corrosivo.
Aquello no era normal, no conocía a nadie con algo parecido.
Aquel doctor que la vio, se extrañó mucho por la intensidad del cuadro y la falta del mínimo antecedente dermatológico. Quiso saber si su vida pasaba por alguna situación difícil o angustiante.
Ella dudó… y dijo que no.
Era una duda interna, imperceptible en el exterior, que tiene que ver con romper esa barrera que protege lo íntimo y que raramente dejamos cruzar a algunos elegidos.
Algún resorte se movió y de una forma casi inconsciente llegaron a su boca unas palabras que detuvieron los pasos del médico.
– Bueno, a no ser que….
Su amiga se fue el último invierno, en lo que tardan las primeras nieves en caer y sin tiempo para asumir que nunca más la volvería a ver.
Ni siquiera pudo despedirse el día que los médicos avisaron de la inminencia de su muerte.
Nadie del entorno familiar llamó a la mujer que pasaba los mejores momentos del día, por cortos que fuesen, con aquella mamá que conoció llevando su hijo al colegio.
Pocos imaginaban lo que se importaban la una a la otra. Quizá ella tampoco, hasta que fueron pasando los días, y no la veía aparecer viniendo a lo lejos, con su hijo de la mano. Aquella certeza se le empezó a hacer insoportable, así como la idea de que se hubiese ido sin saber todo lo que para ella suponía. Sin embargo, ella por su parte, no tenía duda de lo contrario; se sentía en deuda, pues recibió más de lo que creyó haber dado.
-….se murió una amiga, pero… hace 8 meses.
-¿Tenía mucha relación con ella?
Las resistencias se habían roto y no pudo continuar hablando. La emoción le impidió articular una palabra más.
El nudo gordiano empezaba a aflojarse, pero siguió durante meses sin desenredarse…
Ahora, ya acerca el segundo aniversario, cuenta todo esto. Ella no quiere pero yo la animo. Solo al final vuelve a emocionarse, sobre todo cuando menciona que los mejores momentos con ella los mantiene vivos porque visita aquellos lugares, esos días señalados y sintiendo viva su presencia.
Las manos, aún con lesiones, han ido mejorando.
Un rascado delator sobre la palma de la mano aparece de forma inmediata e incontrolable al dar rienda suelta a sus recuerdos.
Eduardo Lauzurica. Dermatólogo